Frío, viento helado al amanecer.
Calor, sábanas agobiantes en la cama.
Nada se mueve, todo sobra. El tic-tac del reloj
pesa como una lápida que cae resquebrajada.

Y un hierro candente pende sobre
ese músculo inútil, amenazando con atravesar
todo cuanto queda de bueno en él.

La piel siente cada mirada que no se dirige
hacia ella, todo queda en silencio
bajo un charco negro y viscoso, antes rojo,
y ya es tarde.

Las lágrimas añoran cada viaje,
cada minuto de tristeza salada,
nada importaba, sólo el frío y las estrellas
de una noche burbujeante.