Sólo podía sentir un vacío que se abría en mi estómago, casi tensando mis músculos hasta hacerme retorcer de dolor. Era como un aro de hierro al rojo vivo que se ensanchaba poco a poco, cauterizando a medida que se come la carne que besa.
Ayer me quedé parado, inmóvil, esperando el momento pero, obviamente, no llegó. Resulta absurdo esperar cuentos de hadas más allá de un libro para niños, tan sólo la esperanza humana los ha mantenido vivos. En el fondo deseamos ser como esos héroes de leyenda, aunque en realidad seamos cobardes y tengamos un honor más dudoso que el más ruin de los villanos de las historias.
Una vez entregué polvo de hadas, y sólo conseguí un vacío que se curaba con el olvido autoconvencido de la conveniencia de lo absurdo. Ese día decidí que no hablaría de sueños sino de pesadillas incumplidas. Así todo debe ser más fácil, más sencillo, sin sorpresas, sin esperanzas, sin más que lo que hay en el mundo sensible y tranquilo que se refleja en la cueva.
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