La liebre

La vida se vuelve niña al redoble de una caja china. Cada recuerdo es ahora mucho más vívido en una lucha por reaccionar ante dos caminos que se despiden mientras se abrazan. Y un cielo gris me espera tras la puerta de la calle, como si las olas no fueran suficientes para arrastrarme a una marea de resaca. Todo se revela como el final de una película de suspense a la luz de miradas de comprensión incondicional. Una cuerda surge una y otra vez sin que pueda cogerla en la oscuridad, y esta vez la luz me ha cegado, espantando locos a mi alrededor. Gélido, impávido, sereno y silencioso. No hace falta más.
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