Sobre nubes, almohadas y castillos de arena
Todo fue diferente, tendría que serlo. Al cerrar la puerta de madera me invadió un sentimiento de vacío como pocas veces había sentido; era la impaciencia por contestar a la vida. Por un segundo, todo el universo se centraba en una mirada, una mirada que no existe, una mirada que sueño y pienso cada minuto, una mirada viva y cómplice.
Como tantas otras veces, sólo el espacio para rozar su aliento nos separaba, y era tan grande el abismo que el vértigo me ahogaba hasta apretar con sus manos mi garganta.
- ¿Cómo estás? Te siento muerto.
- Ahora mucho mejor, no te preocupes por mí.
- Cómo quieres que no lo haga? ¡Todavía tienes sangre en las manos!
- No me mires, no lo hagas, no quiero volver.
- Ahora vuelvo, no te vayas, no borres la sonrisa de tu memoria.
- Adiós.
Subir y bajar a rastras en un alambre que atraviesa mi pecho, cada noche más hundido en la almohada, abrazándote, sintiéndote más cerca, como si nada hubiera ocurrido. Otra vez vuelven a hacer efecto las pastillas, he despertado. Y todo es mucho más triste que los sueños. Ya no los controlo como antes. Estaba a gusto siempre que quería, y ya parece que tampoco ahí puedo hacer nada por vivir. Probé a vivir soñando, descansando del sueño por el día y olvidando todo durante la noche, pero nada es eterno, ni siquiera la locura.
0Comments
Publicar un comentario
<< Home