El minuto

La vida en un minuto me acelera los segundos que me quedan. Tan sólo hace unos segundos que vi la luz, creciendo entre los que no sabía que serían mis amigos el resto de mi vida aunque todo estuviera en contra. El reloj seguía marcando cada segundo, implacable en su avance hacia un abismo tan sólo un poco más allá. Y de pronto la vida se paró. Todos los minutos de alrededor seguían adelante, pero no el mío. El resto los dejaba pasar, como si no se dieran cuenta de lo valioso que se esconde en cada instante… No quiero decir que los desaprovechen, en absoluto, sino que podía disfrutar de ambos ritmos al mismo tiempo: por un lado, el minuto lento y pausado que se me estaba regalando y, por otro, los segundos fugaces que experimentaban el resto y que, por supuesto, también tenía su lado bueno. Un minuto fugaz no te deja un sabor de boca tan amargo, todo pasa más deprisa, no puedes reaccionar aunque creas que lo estás haciendo. Ya había sido testigo de la parálisis de algún minuto ajeno, incluso se había parado algún segundo de los míos, pero nada comparado con esto. Y me alegro, me alegro de que el reloj no tenga más valor que un simple número en la muñeca, que los días no sean una sucesión de rutinas y se conviertan en un abanico de colores, formas y experiencias por descubrir, que los sueños no sean un escape sino un descanso necesario para coger fuerzas y sonrisas para el día siguiente.