Cursor by www.Soup-Faerie.Com Crónicas de una hoguera: junio 2007

Crónicas de una hoguera

martes, junio 26, 2007

El valle del silencio (3ª Parte)


El silencio era absoluto. No había pájaros ni ardillas, ni ciervos ni jabalíes... tan sólo un hedor que se hacía más persistente a cada paso que daba adentrándose en el bosque. Y sin embargo no había nada que deseara más que seguir, intentar dar un paso más hacia lo desconocido sin sentir un ápice de miedo en su corazón. Cualquier niño de la región se habría estremecido con tan sólo la idea de estar cerca del bosque… y él estaba dentro, acercándose a todo aquello que se contaba que existía allá adentro.

No pasó demasiado tiempo cuando a su espalda se comenzaron a escuchar crujidos de ramas en los árboles. La noche estaba en calma, así que pensó que los primeros habitantes salían de su escondrijo para curiosear. Él no podía ver nada, pero casi rozando su nuca se veían varios pares de ojos verdes y muy pequeños que asomaban entre las hojas de los arbustos, siguiendo con la mirada cada uno de los pasos del muchacho. Llevaba casi una hora de camino cuando decidió parar a admirar lo que le rodeaba. No sabía hacia dónde dirigirse, tan sólo un extraño deseo le guiaba hacia delante, sin permitir que la idea de dar la vuelta pasase siquiera por su cabeza. Apenas hubo apoyado una rodilla en tierra cuando una rama cayó desde lo alto de un antiguo cedro que se erguía ante él. No era normal, la rama aún estaba viva… sólo podía significar una cosa: los duendes ya estaban allí e iban a mostrarse. Súbitamente, un pequeño cuerpo se deslizó a gran velocidad por el tronco del árbol, aunque el compás de sus movimientos lo hacían terroríficamente cómico.

Ante él se presentó un ser deforme, de nariz y orejas afiladas, cubierto de harapos verdosos y con un cierto tono olivado en la piel. Estaba claro que el emisario de los duendes había llegado.

lunes, junio 11, 2007

El valle del silencio (2ª Parte)


Notaba la hierba fresca en sus pies descalzos. El verde inundaba todo cuanto veía a su alrededor… con la primavera todas las flores habían explotado en un baile de color y olores dulces. Tan sólo una cosa contrastaba con aquel paraíso: una zona lúgubre que se extendía más allá de la pradera, una frontera de la que había oído hablar a su madre con temor, con respeto, como si lo que más quisiese en el mundo es que ese lugar desapareciese. Pero él siempre había sentido una fascinación especial por ese sitio, esas ramas retorcidas a la vera del camino hacia la ciudad le atraían, le llamaban cada vez que pasaba por su lado, como si supiera que algún día debería adentrarse y averiguar la verdad sobre las leyendas de duendes asesinos y magia que había corrompido a magos de moral intachable que ahora se retorcían de dolor poseídos por el mal que les dominaba.

Miró su cinto: de él colgaba una pequeña bolsa que llevaba preparada varias semanas con lo que pensó que le haría falta en esa pequeña excursión. Su deseo por conocer le había llevado a planificar hasta el más mínimo detalle de esa noche que ahora se hacía realidad: pensó que un carrete de hilo sería suficiente guía para asegurarse un camino de vuelta lo más recto posible si se perdía; un puñal de una rama de avellano tallado durante días al resguardo de ese hueco en el tronco de un viejo cedro cercano a su casa; una pelliza con agua y unas bayas eran su único alimento del que dispondría en caso de permanecer más de lo necesario en el bosque. Eso era todo de lo que disponía aquel pequeño aventurero.

Con paso firme, disfrutando de cada segundo, de cada latido de su corazón, excitado y alegre por conseguir al fin lo que tanto ansiaba, llegó hasta el límite del bosque, donde extrañamente la luz de la luna no entraba. La oscuridad era tal que a unos pocos metros allá adentro no se veía nada en absoluto.

Tomó aire decidido y posó su pie izquierdo más allá de la oscuridad. Tras unos pocos pasos, ni el resquebrajar de las ramas a su paso se oía fuera del bosque.

jueves, junio 07, 2007

El valle del silencio (1ª Parte)


El valle del silencio: un lugar inhóspito del que ningún humano escapa con vida. La locura se adueña de todo aquel que ose adentrarse lo suficiente como para tener que pasar allí la noche… esa noche llena de ruidos extraños y sombras chinescas que se recortan entre matorrales y arbustos.

Había oído mil veces esa leyenda desde que era un bebé:

-duendes negros habitaban esas tierras, hijo mío. Jamás te acerques al borde de la oscuridad o te engullirá para siempre”.

- Cuéntame mamá, quiero saberlo todo sobre ese cuento.
- No es un cuento, es tan cierto como que nunca volveré a ver.
- Nunca me contaste cómo perdiste los ojos, me gustaría saberlo mamá.
- Es tarde, duerme tranquilo.

El niño cerró los ojos y su madre abandonó la habitación después de besarle en la frente. - Buenas noches mi vida.

- Buenas noches mamá. Te quiero
- Yo también te quiero, buenas noches.

Tan pronto como se dejaron de oír los pasos de su madre, el niño se escurrió de entre las sábanas con la cautela de una serpiente, bajó de la cama y salió por la ventana hacia el exterior, deslizandose de rama en rama de un árbol cercano que hacía las veces de escalera en sus escapadas nocturnas.

La noche era clara. A lo lejos se veían bandadas de patos que aún volaban, desorientados por el inmenso reflejo de la luna. Hacía días que la luz no había abandonado la región: de día el sol calentaba, y de noche la luna resplandecía como si de una hermana pequeña de Efebo se tratase.