Cursor by www.Soup-Faerie.Com Crónicas de una hoguera: enero 2008

Crónicas de una hoguera

lunes, enero 28, 2008

El Charco (tercera parte)


Aquel espejo me enseñó durante un segundo el interior de mi alma. Alrededor, nada tenía valor suficiente como para interrumpir ese momento. La realidad no era importante, ni siquiera la verdad… sólo mi mirada curiosa que se reflejaba inquisidora en el agua.

Hacía frío… frío por un viento helado que me arropaba de una de las maneras más cariñosas que he sentido nunca. Aunque la lógica mande que nada bueno puede pasar después de un buen rato arrodillado en medio de una calle desierta, sin movimiento, sin sentimientos que muestren una pizca de humanidad… Y la realidad se retuerce en cada contorsión de ese espejo ondulante que me hipnotizaba.

Me enseñó miles de palabras que no estaban inventadas, los sentimientos ocultos de las piedras, el orden que existe en el fondo de una cascada. Y el triste canto de un pájaro enjaulado ordenó mis pensamientos en un círculo de fuego que emergía desde fondo del espejo.

Tan sólo una hoja marchita me retuvo de la locura… y todo quedó en silencio. Dirigí mis pasos hacia un nuevo horizonte donde el arcoiris no se posa sobre calderos de oro. No existen princesas de largos cabellos ni caballeros que monten bravos caballos siempre dispuestos para una batalla por el honor y la verdad, porque la verdad no ha existido nunca, y los sueños son los que permiten vivir a algún romántico estúpido que se deja mecer por los brazos de la locura. Puede que las únicas puertas hacia la verdad estén en los charcos, pero pronto morirán desecados por la ignorancia.

domingo, enero 20, 2008

Antes de que el mundo se volviese de trapo


Aquí, en medio de la penumbra, sigo intentando borrar esas palabras de mi cabeza. Parece que las escuché hace unos minutos, como si pudiese girarme y verla ahí, hablando dulcemente al oído y gritarle con la mirada lo que siento. Y noto cómo se me hiela el corazón, y mi respiración sólo son espasmos involuntarios que apagan las ansias de saber, esas que tan orgulloso me tenían, y se entierran en una memoria agotada por datos que sólo ocultan desilusión, engaño y locura.

jueves, enero 17, 2008

Amanecer




Escudriñando el cielo, como otras tantas mañanas, maravillado por el baile de luces de ese justo momento en que ni el día ni la noche son amos del mundo, me he vuelto a maravillar por todas aquellas personas que deambulan tan temprano por las calles. A veces me gusta abrir la ventana y sentir el frío en la cara mientras observo maravillado a ese hombre que acaricia a su perro justo después de tirar a una papelera la bolsa que acaba de usar; una niña se aleja con su mochila y silbando una bonita melodía… y al otro lado de la calle, dos basureros se afanan en su trabajo con una sonrisa en la cara y bromeando entre ellos.

Cojo aire con fuerza y todo mi interior se llena de valor para afrontar el sol con mirada hierática. Y justo cuando poso decidido mi pie en la acera, un maullido me evade de mi ensoñación. Al fondo, aún entre penumbras, un pequeño gato se queja mientras me mira con unos ojos demasiado fijos. Junto a él, encuentro un diminuto sombrero de fieltro oscuro hecho jirones, como si fueran los restos de una feroz batalla absurda. No puedo hacer nada por él, tan sólo consolar al que un día fue un cazador nato y ahora exhala su último aliento entre mis brazos.

Todo queda en silencio por un segundo, que se convierte en una eternidad dentro de mí. De pronto, me siento observado por todo lo que me rodea… nada de personas, todo lo demás. Árboles y edificios, piedras y farolas… todo parece retorcerse para observar con burla la escena. El resto parece pura fantasía, todo se arremolina fugazmente en un remolino de viento helado que surge de una grieta de una esquina.

De pronto despierto de mi sueño. Empapado de sudor y con la respiración entrecortada abro asustado la ventana y todo parece tranquilo: sigo viendo a la niña, los basureros y el perro con su dueño, pero una silueta oscura me vigila junto a una grieta, escondido en la penumbra.

martes, enero 08, 2008

El manuscrito (1ª Parte)


Un manuscrito anónimo apareció ante mi puerta en ese día 6 de Enero que ya parece tan lejano. Han pasado demasiadas cosas desde entonces. Todo ocurrió con muy temprano, a eso de las 6 de la mañana con tres golpes en la puerta que parecían ser efecto de una obra lejana a mi mente, todavía inmersa en sueños. Pocos segundos después, tres nuevos golpes se oyeron tras la puerta, esta vez parecía que el infierno estaba a sólo unos pasos de la entrada de mi casa. Aunque temeroso, hinché el pecho con decisión y me acerqué hasta posar mi oreja en la fría madera… allí al otro lado había “algo” que se agitaba a un lado y a otro. Armándome de valor, investigué a través de la mirilla, pero allí no había nada. O al menos no se veía nada, porque el arrastrar de pies seguía oyéndose con más claridad aún.

Retrocedí unos metros, justo hasta alcanzar un cuchillo de cocina tras el que parapetarme. Asiendo con fuerza la fría empuñadura de acero, olvidé disimulos, avanzando con paso decidido hacia lo desconocido. Tomé aire, apreté los dientes y giré el pomo con rapidez. Allí no había nadie. Un charco de algo que recordaba sorprendentemente a sangre se encontraba justo delante de mí. Y en medio del charco semiflotaba un raído pergamino.

Sus hojas estaban gastadas por el tiempo y el uso pero, aún así, su cuidada realización era evidente. Estaba escrito en castellano antiguo y en letra cortesana, lo que revelaba un cierto valor. Eran 7 hojas unidas entre sí por un pasador de tela roja rematado con un sello de plomo con una inscripción un tanto extraña.

Estuve mucho rato admirando la escena. Ante mí, un pergamino y un charco de sangre del que se alejaban unas huellas que desaparecían ante una pared al fondo del rellano. Cuando volví en mí, tomé el pergamino casi por instinto, y llamé a la policía. Fueron unas largas horas declarando lo que había visto, una y otra vez, siempre igual… salvo el pergamino. Eso me lo guardaba para mí.

Al mediodía, ya de vuelta a casa, me paré ante aquel edificio como otras tantas veces, maravillado por lo que podría significar una construcción de ese tipo en medio de la ciudad. Nadie sabía su origen, dueño o finalidad. No existían planos registrados de la zona, pero aún así, las autoridades decidieron hace tiempo dejar en paz el lugar, considerándolo “edificación protegida”. En el fondo creo que a todos les producían cierto respeto esas cortinas tras cada una de las once ventanas de esa fortaleza digna del rey Arturo.
Allí, observando su pared de piedra, me propuse saltar la valla esa misma noche, como otras tantas noches imaginadas en las que el miedo terminaba con mis sueños de explorador. Al punto, resurgió de mi cabeza el pergamino… debería volver a casa para saber qué significaba todo aquello. Y así lo hice.