Cursor by www.Soup-Faerie.Com Crónicas de una hoguera: enero 2009

Crónicas de una hoguera

miércoles, enero 28, 2009

Teyosime, Sitemiyo, Metosiye, Yosemite



Era martes. Ayer tuve que hacer muchas cosas en casa… lo normal para mí, en realidad. Después de ensayar mis cuatro horas diarias delante del espejo, me dispuse a echarme el colirio en los ojos para mantenerlos con esa mirada que tanto me caracteriza y con la que he conseguido llegar mucho más allá que muchos otros mortales. Pues bien, después de un duro día de holgazaneo sin ir a ninguna clase de Psicología de las que soy tripitidor, me tumbo en la cama con una cervecita y mi Capitán Trueno número 1 edición friki del año. La verdad es que me gustaría ser como James Savage, que encabezó el batallón mariposa contra los indígenas del valle de la sierra nevada. De acuerdo que era el siglo XIX y que no había Simpsons ni la cervecita fría de botellín, pero sí que había oro, mucho oro… y eso sería interesante.
Acamparíamos en el prado de Bridalveil y, ya al amanecer, los indios Ahwahneechee ya no estarían porque se habrían ido todos escapando de nosotros. Lo malo es que tendríamos que quemar todo para intentar que volvieran, pero al final, lo bueno sería que conseguiríamos ponerle el nombre que tiene ahora: Yosemite, que viene de yo´hem-iteh: "son asesinos". Sé que no suena demasiado bien, pero eso es lo malo de hacer Historia, que no siempre las cosas son como deben ser.

martes, enero 27, 2009

Hoy he matado un hámster

Acabo de hacer una locura propia del más incauto de los dementes: he matado a mi hámster. Muchos pensarán que, aunque atroz, no es para tanto, que sólo era un ratoncito… muy bonito, gracioso y todo lo demás, pero ratón al fin y al cabo. Pero para mí, ese ratón significaba más que mi vida, más que mis sueños, todo lo que hubiera querido ser, se encontraba tras sus bigotes… y he acabado con su vida.

¿Qué cómo fue? Para eso tengo que contaros mi particular día, creo que será lo mejor mientras llega la policía para levantar el cadáver. Todo comienza esta mañana, a eso de las 6, nada más amanecer. Todo estaba en penumbra, silencioso, inmutable… aquellos momentos en los que la respiración y tú sois una misma cosa y cada vez que coges aire te ahogas por el tremendo ruido que haces. Pues bien, esta mañana me he levantado, tranquilamente, sin prisas… tiré el trozo de pizza reseco por el fregadero y me dispuse a tomar mi habitual desayuno: leche con mostaza, huevos fritos y trozos de papel de estraza. Sí, ya sé que no está muy bueno, pero así el resto de cosas que se tomen durante el día saben a gloria.

Después de desayunar, me dirigí a la lavadora, allí estaban los calzoncillos del mes anterior y, como ya estaban aireados, me los puse de nuevo, ya los lavaré cuando tenga más ropa sucia, no hay prisa. Un pantalón tipo chándal y una camiseta blanca con una foto de “los pecos”. No es una vestimenta muy ortodoxa, pero cuando me arreglo un poco en Navidad, todos se quedan sorprendidos y soy el alma de la fiesta. Me lavé la cara con la toalla. Me han vuelto a cortar el agua, así que tuve que conformarme con limpiarme un poco y alisarme el pelo con champú, eso sí con Aloe Vera que hay que cuidar el cabello.

Ya estaba listo para salir de casa cuando justo antes de tocar el picaporte, van y llaman a la puerta. Debo reconocer que me da mucho miedo que llamen al timbre, significa que alguien sabe que vivo en mi casa, y eso me asusta… tanto control sobre alguien no es bueno, no puede serlo. Así que cogí el bate que tengo tras la puerta para estos casos y tan pronto abrí, me di cuenta de que era una chica, guapísima, rubia y de ojos azules. Según me dijo, estaba vendiendo su hámster, ya que se iba de viaje y no quería que cayese en malas manos, pero tampoco se atrevía a abandonarlo. Invite a la chica a pasar, ya que me parecía muy curioso que se fiara de los extraños con tanta facilidad.

Quise ofrecerle un desayuno, pero pensé que el batido de leche, mostaza y huevos fritos no tenía que gustarle demasiado, por lo que desistí. De pronto, pensé en los miles de desalmados que podría encontrarse detrás de las puertas, así que accedí a comprarle el hámster. Era pequeñito, blanco con una mancha muy graciosa de color negro en el lomo, y me miraba muy fijamente.

- Le has caído bien- me dijo la chica.
No podía dejarla ir y que le pasara algo en su viaje, era demasiado confiada. Pero ya le había comprado el hámster y no tenía nada con lo que convencerla, así que hice lo único que podía hacer: le di con el bate de béisbol en la cabeza, así no sufriría por algún desaprensivo que quisiera hacerle daño.

Ya no se movía, pero no quería que cogiera frío, últimamente refresca mucho al amanecer, así que la arropé y le di un beso en la frente para consolarla, aunque ya estaba a salvo conmigo.
En esto estaba cuando volvieron a llamar a la puerta: su amiga. Estaba extrañada que tardara tanto en vender un hámster, así que estaba llamando puerta a puerta buscando a su amiga. En cuanto abrí, su boca se descolgó, supongo que porque vio el hámster, porque el bate estaba casi limpio y apenas quedaba un charco de sangre delante de la puerta. Parecía que iba a gritar, así que tuve que darle con el bate. La verdad es que no quería hacerlo, pero me dolía la cabeza y no soporto los gritos por las mañanas. Además, me molestó bastante limpiar el bate de nuevo, ya estaba limpio y me molesta tener que repetir las cosas.

Y me quedé mirando a mi nueva mascota, el hámster, mientras me quitaba la ropa y la tiraba dentro de casa. Seguía con la puerta abierta, pero es que no entiendo dónde está el problema: al que no le guste, que no mire, pero no tengo que esconder ni sangre ni nada… como si nadie se cortara alguna vez, no sé qué pasa con los charcos de sangre… son como cortes grandes, sólo eso.

El hámster me estaba mirando, tranquilo, fíjamente… y me di cuenta de que no tenía comida para él. No podía darle leche con mostaza, eso no es comida de hámster, así que cogí un par de cucarachas que estaban un poco estrujadas por la puerta del frigorífico y se las ofrecí. Nada. Así que pensé que si no podía ofrecerle nada de comer, al final sufriría. Y no podía permitir eso, así que cogí su cabecita y se la retorcí un poco. Fin del problema para él.

Parece que mi vecina la cotilla estaba mirando por la mirilla, porque en apenas estaba gritando detrás de la puerta algo de haber matado o no se qué… no lo entiendo. Y venga a gritar, no soporto los gritos. Cogí el bate de nuevo y reventé su cerradura, quería pedirle que se callara. Pero en lugar de atender a razones, se puso a gritar más fuerte. Así que tuve que darle en la cabeza.

Y aquí estoy, esperando a la policía a que venga a por el hámster, a ver si tiene un entierro digno. Mientras estoy haciendo un poco más de batido para ofrecérselo a los agentes, seguro que les apetece un poco…

lunes, enero 26, 2009

Hoy me toca pensar, soñar, escurrirme entre dulces pesadillas que nunca tendrán razón de ser. Todo se reduce a la mínima expresión... y cada par de ojos resuena en mi cabeza, intentando aislar lo que se vería desde ellos si gritara al mundo. Nada ha cambiado, incluso pienso que todo serái más fácil, pero me siento incapaz de despertar al gigante dormido que hay frente a mí. A veces susurro, es cierto, pero no son más que leves caricias a una montaña de ignorancia que impuse en el principio de la historia, y no va a cambiar por más que consiga olvidar.

Atrás quedan momentos vividos con pasión e ignorancia, bendita ignorancia. Ignorancia que me ha sacadao de mil y un apuros en lso que el fulgor de la mañana me hizo borrar tantos malos sueños que podrían retumbar en mi cabeza y sólo se oyen como el rumor de las olas en un día de tormenta.

Vidas ajenas, vidas soñadas, vidas vividas... todas importantes y a la vez desatrosas de ser por mi inculta sabiduría. El mundo da un paso atrás, y el bosque está aún más cerrado al cielo esta noche. Todo se tiñe de negro, y sólo unos labios me sacan de la inconsciencia.

viernes, enero 16, 2009

Rojo

Amarillo verde

Morado azul

Negro naranja

Blanco

Los colores están arremolinándose alrededor de mi cabeza, malabares perdidos en la memoria. Ahí donde nacen los sueños y crecen las pesadillas, busco el refugio del frescor de las sábanas e intento dejar de pensar. Por una noche, sólo una noche.

La oscuridad vuelve de mis adentros para fijarse en un punto ciego de mi habitación desde donde vigilar la escena con tranquilidad y silencio.

jueves, enero 15, 2009

Tarde de sábado


Érase una vez, en un país que nunca existirá, un árbol sin ramas que lloraba y lloraba cada amanecer por perder una vez más a su amada. Para él, los atardeceres se convertían en algo mágico, y como tal los esperaba. A su alrededor, en lo profundo del bosque, todos los demás árboles lucían sus copas con orgullo, alzándose hacia el cielo con gesto señorial… pero ninguno podía ver a la luna, ninguno menos él, que al no tener ninguna rama tenía un escenario completamente despejado sólo para sí.

Una mañana, un grupo de amigos se acercó hasta el bosque con la intención de conseguir buena madera para venderla en el mercado. Nada más llegar, se pusieron a talar y talar hasta que sólo quedó un árbol, un árbol tan marchito y viejo que no merecía la pena ni tan siquiera intentar sacar un poco de leña de él. Así, cuando por fin se fue la luz, nuestro pobre árbol se quedó solo, en medio de un claro del bosque donde tan sólo se adivinaba la masacre que había ocurrido horas atrás. Y en el silencio de la noche, contempló una vez a su amada.

Pasaron los días, las semanas y los meses, y nuestro marchito tronco se despertó un día entre la algarabía de unos chavales que acamparon justo a sus pies. Todos quedaron maravillados por la extraña belleza de aquel árbol desnudo, sin hojas y con carcoma, pero lleno de vitalidad… podían sentirla. Y eso les gustaba. Tras ese día, prometieron volver en otra ocasión y, poco a poco, esas visitas se producían más a menudo, hasta el punto que siempre había alguien a los pies del árbol.

Tras unos pocos años, las visitas se convirtieron en largos períodos junto a ese maravilloso ser que desprendía tanta bondad como amargura y, conmovidos, los ahora muchos mas visitantes, decidieron construir algunas casas en las que refugiarse durante el invierno que querían pasar en ese lugar. Y tras el invierno, nadie se marchó sino que vinieron muchos otros, maravillados por la historia de un árbol que hacía sonreír a las personas cuando éstas lo contemplaban.

Así se creó esta ciudad, y aquel árbol, sobre el que hoy te recuestas, todavía sigue alegrando cada día a todos los que vivimos junto a él. Dicen los ancianos que, en las noches claras, cuando la luna inunda con su mirada la ciudad, todavía se le oye sollozar, que sigue sin poder decirle nada a su amada a pesar de los siglos que lleva intentándolo.