Cursor by www.Soup-Faerie.Com Crónicas de una hoguera: abril 2010

Crónicas de una hoguera

jueves, abril 22, 2010

El bar

Allí estaba ella. Al fondo de la barra de un oscuro bar, de ese bar al que tantas noches había acudido en busca de un demonio que le sacase de ese infierno. Pero el demonio nunca llegaría. Ella no lo sabría jamás… por eso cada noche se preparaba para una batalla en la que la lujuria y la perversión eran las mejores armas.

Un leve rumor llegaba desde el reservado, lo que delataba la excitación de algún parroquiano subido de tono. Esa noche todo estaba en clama, demasiado en calma. Al fondo sólo se encontraban un par de borrachos que acudían tan asiduamente como ella. Tan sólo su olor resultaba tan desagradable que la leve idea de acercarse hacia ellos para lograr que la noche terminase en una cama desconocida se hacía inimaginable.

Se abrió la puerta del bar y, con paso lento y pausado, apareció una figura masculina que hizo que ella clavara sus ojos en él con un deseo mucho más profundo que lo que sentía desde hace años. De repente, de esa sombra apareció una mano que fue iluminada por el foco de la entrada. Ella observaba con curiosidad sus movimientos, como si quisiera memorizarlos. La mano se introdujo en uno de los bolsillos de la chaqueta y sacó una pistola. Ella estaba fuera de sí, llena de deseo.

Y desde esa sombra, amparado por el reino de las tinieblas, la extraña figura apretó el gatillo con fuerza. Disparó una y otra vez mientras los cuerpos caían al suelo, ya inertes. Ella contemplaba la escena con tanta curiosidad, pero se encontraba sumamente tranquila. Cuando sólo quedaron ambos en pie, lka fiura salió de la sombra: era un joven bien parecido, con una ropa exquisita y que parecía cara. Su cara, demasiado blanca para esas latitudes, resaltaba con el color de la sangre esparcida por todo el bar. Pero lo más llamativo era su sonrisa hierática, casi imperceptible. Y unos ojos que se clavaban en los de ella al tiempo que acercaba su pistola al pecho de la testigo de aquella masacre.

Le apuntó lentamente a su frente y con un ademán le dio a entender que cerrara sus ojos. Ella suspiró, los cerró y esperó el momento con una sonrisa. Pero nada ocurrió. Al abrirlos encontró la pistola a su lado, en la barra. Y junto al arma, un trozo de papel en el que se podía leer:

“Gracias por mostrarme el camino”.