Me encanta bailar bajo la lluvia, pero últimamente ni siquiera me moja, y son esas cosas las que hacen que deje de bailar. Si te faltan pelos en la cabeza, se puede intentar hacer una trenza, una raya en medio o una cola de caballo e intentar tener un día genial, pero seguro que algún desaprensivo te recuerda que en realidad sólo eres un podre diablo que no tiene pelo. No hay nada más allá. Lo que hay que hacer es no hacerse esperanzas, esperar muy poco y así no te defraudas, porque los golpes duelen menos cuando te los esperas y además si te caes desde bajo te duele menos que si lo haces desde alto. Así que he decidido dejar de volar, de soñar, de pensar de crearme un mundo de piruleta porque no existen dulces sino sólo agridulces, y si me apuras más agrios que otra cosa. No es decir que tiro la toalla, sino que me he dado cuenta que no hay toalla que tirar, que hay que ser y no creer ser.

Y el diablo metió la mano

Y el diablo metió la mano bajo el carbón, tras el abrazo de una melena negra que se apropió de todo lo que quería más que a nada en el mundo y que poco a poco se aleja sin que pueda hacer otra cosa que desprender de ese trozo de alma que nunca volveré a recuperar.

No quería creerlo, faltaban las palabras, pero a veces no es preciso decir nada más allá de lo que hay en el fondo de un vaso. Sólo queda vivir el resto de mi vida, que es demasiado, no hay vuelta atrás, por mucho que lo desee, por mucho que lo busque, por mil y una formas que he pensado para recuperar aquello que se me ofreció como un regalo caído del cielo y ahora se me arrebata desde el infierno. No puedo tener reproches, tan sólo quiero que pueda soñar en la tranquilidad que no supe dar. Aún quedan conversaciones, pero seguro que no serán iguales, no podrán asimilar tantos momentos pensados, soñados, vividos y sentidos… sólo queda la esperanza de una flor marchita para que la lluvia recoja los trozos de esta pesadilla.

Por favor

Hoy, por primera vez en mi vida, pido consejo a los ancianos para que me guíen en este camino empedrado del que no se vislumbra el final. A ése que tanto gustaba del número 13, aquél que tanto recuerdan sus expresiones, guiños y sonrisas… hoy me dirijo a ti para que intentes que comprenda cómo actuar, dónde llegar, qué decir, comprender, saber, conocer, olvidar, perdonar… tanto en tan poco tiempo que se me hace demasiado difícil.

Me bastaría un respiro, un día que todo comenzara a ser algo distinto, un poco más de juego. Llevo toda la vida pidiendo cancha cuando en realidad siempre he estado en mi terreno… Y ahora que lo necesito, no encuentro las palabras para pedir ese tiempo muerto que necesito y que inunda mi cama por las noches. Nunca tuve esa sensación, jamás comprendí algo que creí vivido una y mil veces y que en realidad ni siquiera sospechaba. Hoy me inclino ante ti, esperando una forma de comprender, de intentar ver más allá de lo patético y lo absurdo que resulta alguien como yo.

Nunca un por favor fue pronunciado tan profundamente de mis labios que, aunque inmóviles, gritan tu nombre implorando un perdón que no llega y un consejo que no puedes dar.