Ayer

Ayer, cuando abrí un cajón que parecía sellado por no usarse en años, se escaparon miles de líneas gritando canciones tristes de libertad. A mi alrededor se arremolinaban frases escondidas en la memoria, creando un sentimiento de nostalgia que hace mucho no sentía. Anoche mi cuerpo dolorido me susurraba que todo había acabado, que mi corazón no latía como creía y que la verdad era la misma de siempre, pero no escuché una palabra. La sensatez se impuso sólo a medias, inundando sólo la cara visible de una carta arrojada al agua. De nuevo, los sueños me hablaron con unos ojos que miraban más allá de lo que me permitía seguir dormido. El sudor y un temblor nervioso masacraron mi mutismo, ahogando un grito en el silencio de la noche.
Las sábanas son nuestras amigas, nuestras confidentes, y conocen todos nuestros secretos mejor que nosotros. Ayer sólo me interrogaban una y otra vez con la pregunta de qué era lo que pensaba hacer… y no pude responder. El futuro se volvía amargo con tan sólo mirarlo, y el momento se hacía inalcanzable una vez más.
Ayer me desperté empapado en el sudor de mis sábanas, que luchaban porque entrara en razón, una razón que perdí en el camino quién sabe cuándo. Y sólo pude levantarme y volver a cerrar el cajón de nuevo.
Las sábanas son nuestras amigas, nuestras confidentes, y conocen todos nuestros secretos mejor que nosotros. Ayer sólo me interrogaban una y otra vez con la pregunta de qué era lo que pensaba hacer… y no pude responder. El futuro se volvía amargo con tan sólo mirarlo, y el momento se hacía inalcanzable una vez más.
Ayer me desperté empapado en el sudor de mis sábanas, que luchaban porque entrara en razón, una razón que perdí en el camino quién sabe cuándo. Y sólo pude levantarme y volver a cerrar el cajón de nuevo.